Grazalema.
Lavadero publico.
Así eran las cosas hasta no hace tanto… Aquellas mujeres, cargadas con enormes canastos llenos de ropa portándolos sobre la cabeza con ayuda de un rodete, con el cajón de lavar, la panera y demás pertrechos (jabón casero, las cenizas, el azulete y un cacho de pan con tocino para el almuerzo) debían bajar hasta el rio para hacer tal menester.
Una vez allí, y en un lugar apropiado, debía intentar coger el mejor sitio para que los espumarajos de las vecinas no le afectaran a su ropa. Podía comenzar la faena.
Después de enjabonar, flotar, aclarar y volver a jabonar era habitual dejar por un tiempo la ropa al sol encima de la hierba para que desaparecieran las manchas mas recientes. Si era preciso, y sobre un caldero con agua caliente se colaban las cenizas y se le vertía a la ropa para que hicieran el papel blanqueador de la lejía.
Después de aclarar la ropa y bien escurrida (muchas veces con la ayuda de una compañera), se volvía a tender sobre los zarzales de los alrededores para que secara. Y una vez en la casa comenzaba la tarea del planchado, de hacer jabón, de cocer y remendar…; pero esa es otra historia.
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